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domingo, 30 de octubre de 2011

Se afirma la izquierda moderada en la región

La contundente relección de Cristina Fernández de Kirchner a la presidencia de Argentina, que sigue la saga de Dilma Rousseff, en Brasil, y Ollanta Humala, en Perú, consolida el giro de la corriente de izquierda nacionalista y asistencialista al centro, hacia una posición más moderada, en el marco de una economía social de mercado.
Fernández conquistó el domingo 23 una aplastante victoria en primera vuelta, con casi el 54% de los votos, el triunfo más amplio conseguido por un jefe de Estado argentino desde el retorno democrático en 1983.
Ese rotundo triunfo se apoyó fundamentalmente en la moderación de su discurso político, la apertura a espacios de concertación y en los beneficios del crecimiento económico que vive el país. Además, pesaron como factores la ausencia de una oposición unificada y el hecho de que el primer período de gobierno de Kirchner (2007-2011) "se mantuvo entre los límites del populismo", estimó el profesor de relaciones internacionales Carlos Romero, de la Universidad Central de Venezuela.
"Esa izquierda populista ha sido una característica de nuestra política (en América Latina) en todo el siglo XX y esta parte del siglo XXI", con una fuerte presencia del Estado y del partido oficial, señaló.
La corriente de izquierda populista más radical se inició a fines de los años 90 con el ascenso de Hugo Chávez al poder en Venezuela y se consolidó con la irrupción del socialismo indigenista de Evo Morales a partir de 2006. Ambos gobiernos lograron consolidar el denominado Eje Bolivariano junto con la Cuba de los hermanos Castro, el mandato de Rafael Correa en Ecuador y Daniel Ortega en Nicaragua.
Sin embargo, dicha corriente política entró en declive en los últimos dos años debido al desgaste de los gobiernos del Socialismo del siglo XXI, la enfermedad de Chávez y la caída en la popularidad de Morales.
La falta de resultados más contundentes en la gestión social, especialmente, en Venezuela y Bolivia, llevó a un derrumbe de expectativas en ambos países cuya transición todavía está en proceso.
En ese marco, una izquierda moderada o ‘vegetariana’, como señalan algunos analistas, se consolidó bajo el mando del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, que gobernó Brasil entre 2003 y 2011. Una combinación de fuertes políticas sociales y fortalecimiento de la inserción de Brasil en los mercados internacionales, llevó al denominado ‘milagro brasileño’. Más de 30 millones de personas salieron de la pobreza y se sumaron a los sectores medios, abriendo paso a una de las revoluciones sociales más impresionantes del mundo.
En ese contexto, Dilma Rousseff, una tecnócrata casi desconocida, logró lo que pocos pensaban. Acceder al poder de la mano de Lula Da Silva, en enero de 2011. Desde el primer momento, Rousseff dio señales de que no se apartaría del rumbo establecido por Lula y que respetaría las reglas de la economía de mercado. En pocos meses, la primera mujer presidenta de Brasil consolidó su gestión en base a esta izquierda socialdemócrata.
En abril fue el turno de Perú. Los temores de que el coronel nacionalista Ollanta Humala mantendría un perfil radical como el que lo hizo fracasar en las elecciones de 2006 dio la sorpresa cuando mostró que no seguiría el modelo bolivariano sino el exitoso programa brasileño. El 5 de junio, Humala logra lo impensable al batir a la candidata de la derecha, Keiko Fujimori con 51,4% de los votos.
Desde el inicio, Humala puso en marcha un ambicioso programa de asistencialismo social, pero bajo un estricto respeto de la economía de mercado.
En Argentina, Cristina Fernández también dio un giro al centro al bajar el nivel de confrontación que había impuesto su fallecido esposo, Néstor Kirchner y aprovechar los beneficios del boom económico en Argentina y la región.
Esto no quita que tanto el gobierno de Rousseff, Humala y Fernández no enfrenten serios problemas sociales y políticos. La corrupción se ha extendido en las tres gestiones sin que sus mandatarios hayan logrado un control efectivo.
Analistas señalan, además, la insuficiencia de las políticas asistencialistas.
El politólogo Carlos Alberto de Melo estima por su parte que existe una "infeliz consonancia con relación a la izquierda en América Latina", sustentada más en su pasado que en buscar alternativas futuras.
"El kirchnerismo es muy parecido al antiguo peronismo: tiene una visión bastante existencialista del Estado, bastante nacionalista. Eso también se percibe en las políticas públicas de Brasil hoy, también muy nacionalistas y asistencialistas", explicó el profesor del independiente Instituto de Enseñanza e Investigaciones (Insper) de San Pablo.
Para De Melo, esas políticas asistencialistas forman parte de un "movimiento defensivo" de los gobiernos ante las turbulencias en los mercados internacionales, y están apoyadas en el sostenido crecimiento de la región, cuya economía se expandirá en torno al 4,4% en 2011, según datos de la Comisión Económica para América Latina (Cepal).
Pero para que la izquierda garantice su supervivencia, se precisa de "una izquierda más moderna, una izquierda mirando más a la sociedad del siglo XXI", que fomente cambios cualitativos en la educación, en la burocracia y ataque la corrupción, destacó el politólogo.
La izquierda "debería renovarse, mostrar nuevas formas de progreso, de justicia social, de modernización de la economía, de cultura y de mentalidad", subrayó.

Diferencias

- Pobreza. Más de 30 millones de personas salieron de la pobreza en la última década en Brasil gracias a políticas de asistencia social impulsadas por el Gobierno del expresidente Lula da Silva.

- Corrupción. Los gobiernos de Da Silva y, ahora, los de Rousseff, Humala y Fernández no están exentos de graves hechos de corrupción.

- Libertades. Las gestiones de Rousseff y Humala marcaron diferencias respecto de Hugo Chávez, en Venezuela, y Evo Morales, en Bolivia, por un mayor respeto a los derechos a la libertad de expresión y de prensa. Fernández sostiene un duro enfrentamiento con los medios.

- Declive. El ascenso de la izquierda moderada se produce cuando la opción más radical, con Chávez y Morales, están en franco declive.

Fernández tiene una dura agenda
La presidenta argentina Cristina Fernández iniciará su segundo mandato en diciembre fortalecida por un aplastante triunfo electoral, pero deberá enfrentar el impacto de la crisis mundial en el crecimiento del país y el gasto social, según analistas.
"Los pilares del modelo están en problemas. Argentina tiene muchas luces amarillas encendidas en la economía", aseguró a la agencia AFP Alberto Fernández, ex jefe de Gabinete (2003/2008) de la mandataria y de su antecesor y esposo, el fallecido Néstor Kirchner.
El 'modelo' económico kirchnerista, con un elevado nivel de subsidios, permitió aumentar el consumo doméstico a un 4% anual, obtener un crecimiento del 8% promedio desde 2003 con excepción de 2009 y bajar la tasa de desempleo al 7%.
Pero esto se tradujo en un incremento del 35% anual del gasto público y una inflación anual del 25%, según estimaciones privadas, es decir, una economía 'recalentada' que no parece que pueda sostenerse en el tiempo mientras que los subsidios equivalen al 4% del Producto Interno Bruto (PIB).
"La inflación es un problema y el gasto público también", indicó Fernández.
Argentina obtuvo estos años un importante ingreso de divisas gracias a los altos precios internacionales de los granos, en especial la soja, que en diez años pasó de $us 200 a más de $us 500 por tonelada y cuyas exportaciones le dejan al fisco unos $us 30.000 millones.
Sin embargo, una buena parte de las divisas huyen del país: "El gobierno de Cristina se caracteriza por una fuerte fuga de capitales de $us 70.000 millones en cuatro años", destacó el ex jefe de Gabinete.

Punto de vista

“El modelo capitalista posmoderno funciona”
Ricardo Paz Ballivián / Analista político
En los casos de Brasil y Argentina, con Dilma Rousseff y Cristina Fernández, lo que se ve es una clara tendencia a la continuidad e institucionalización de un modelo que funciona.
De alguna manera es la llegada de las grandes sociedades latinoamericanas a la etapa de consolidación democrática. Empiezan a gobernar las instituciones y las leyes y ya no tanto las personas y los caudillos. Por otra parte, marca también una profundización de la “feminización” de la política, rasgo que seguramente se acentuará en los próximos años.
En el Perú hay un giro hacia la socialdemocracia radical, también a tono con la tendencia regional de la consolidación institucional de la democracia. Sin embargo, habrá que ver todavía en los próximos meses cómo Humala resuelve las contradicciones del variopinto abanico de ideologías, grupos y corporaciones que lo llevaron al poder. Se trata sin duda de lo que los periodistas denominan “una noticia en desarrollo”.
No estamos ante un modelo brasileño, se trata de un modelo global y fruto de la postmodernidad capitalista. Lo mismo está pasando en Asia y África. La tendencia a la institucionalización democrática con rostro social es un fenómeno actual y mundial.
Pese a esta tendencia, al gobierno de Evo Morales se lo ve desfasado y en pleno declive y a Bolivia con la enorme asignatura pendiente de resolver su crisis de Estado y generar un nuevo paradigma, un nuevo proyecto nacional que se incorpore al mundo y aproveche de las oportunidades para desarrollarnos democráticamente y progresar económicamente.
Sobre el declive del chavismo, más que un declive de la izquierda radical (es muy discutible que Chávez o Evo puedan representar una alternativa de izquierda), es una nueva constatación de la inviabilidad de los caudillajes criollos al estilo de los siglos XIX o XX. Se produce por la necesidad histórica de América Latina de ponerse a tono con su desarrollo económico, su inserción en el mundo globalizado, que implican reconocer y adoptar los valores democráticos comunes.
Son las realidades económicas de progreso y pujanza las que obligan a adoptar esquemas sociopolíticos modernos, acordes con los tiempos que vivimos. No se puede colocar vino nuevo en odres viejos, ya lo dice la Biblia.

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