sábado, 9 de marzo de 2013

El santo de los pobres Chávez ya es leyenda

“Dicen que el papa es el embajador de Cristo en la tierra. Pero ¿qué embajador? Cristo no necesita embajador. ¡Cristo vive entre nosotros! ¡Cristo vive entre la gente humilde de este pueblo!”, exclamó en su momento Hugo Chávez en una especie de éxtasis místico, impregnado de religiosidad, esa que los teólogos de la Liberación defendían como “el credo de los pobres”.

En realidad, tal y como cuenta el periodista argentino Leandro Cifuentes, “Chávez era un católico practicante que creía fervientemente en que Cristo fue el primer socialista de la historia. Por eso se enfrentó con encono a la jerarquía de la Iglesia Católica en Venezuela, que consideraba aliada del poder de los empresarios y de los políticos neoliberales que tanto detestaba”.

Sin embargo, fue a partir del diagnóstico del cáncer (10 de junio de 2011) que el Presidente abrazó con firmeza la fe. Atrás quedó el discurso antiimperialista, su beligerancia contestataria y la retórica socialista. De pronto apareció en televisión besando un crucifijo y orando a Dios en todos sus mensajes vía Twitter. “El azote del imperio se convirtió en el santo de los pobres, un apóstol de un modo de entender el cristianismo desde la capilla de un barrio periférico, lejos de la opulencia del Vaticano”, escribe el analista Juan Carlos Martínez Lázaro.

Ciertamente la enfermedad de Hugo Chávez (grave desde su diagnóstico) enseguida fue utilizada por el chavismo para apuntalar la figura emblemática del líder histórico venezolano.

“El aparato propagandístico tejió la idea del combate del Presidente contra un monstruo que poco a poco iba carcomiendo sus órganos vitales y convirtió esa lucha en titánica. Luego, horas antes del anuncio oficial del deceso, el vicepresidente Nicolás Maduro dejó entrever que Chávez había sido víctima de una enfermedad inoculada por sus enemigos, entiéndase Estados U nidos. Fue entonces cuando el monstruo dejó de llamarse cáncer”, explica el escritor cubano disidente asilado en Miami, Pablo Stigani Pérez, en las páginas del Miami Herald.

Construyendo una leyenda El chavismo tuvo la inteligencia política de revertir el efecto de la enfermedad de su líder para ganar las elecciones presidenciales de noviembre de 2012.

Maduro, Diosdado Cabello y la cúpula del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) “vendieron la idea de que Hugo Chávez iba a superar la grave enfermedad como había vencido en tantas batallas políticas. De hecho, la victoria de Chávez en las urnas tuvo el estímulo del impulso final del pueblo a un hombre que poco a poco dejaba este mundo para ser leyenda”, considera el periodista Wálter Visiedo Arredondo en el rotativo El Periódico de Barcelona.

Pero el Presidente electo jamás pudo jurar la Constitución Bolivariana, generando una sensación de incertidumbre que permaneció hasta el fatal desenlace el 5 de marzo. Hasta ese momento, el chavismo mantuvo viva la esperanza de una recuperación que tuvo en la fotografía del Mandatario secundado por sus hijas su momento más contradictorio. “La población se volcó a las calles para festejar la milagrosa recuperación, no obstante la decepción fue mucho mayor cuando la gente se dio cuenta de que Chávez no se mostraba a su pueblo desde la opacidad creada a su alrededor en el Hospital Militar de Caracas”, sostiene Juan Carlos Martínez Lázaro.

“Creo que en el fondo, y a pesar de la negación colectiva, el pueblo era consciente de que Chávez había perdido su batalla contra el cáncer. Entonces, empezó a desprenderse de la lealtad al líder revolucionario para iniciar con el culto a la personalidad. La decisión de embalsamarlo responde a la necesidad de mantener vivo el símbolo, como el propio Jesucristo superó a la muerte. Con ello quiero decir que a partir de ahora termina la conexión política y empieza la relación religiosa”, argumenta Pablo Stigani Pérez en el Herald.

Durante tres días las calles de Caracas han sido el escenario de un éxtasis colectivo de dolor extendido a un planeta ávido de referentes en quien creer.

El psicólogo Joan Vilalta explica el fenómeno desde la necesidad tan humana de construir imaginarios basados en héroes y villanos. “Para muchos, Hugo Chávez fue un héroe del calibre de Don Quijote, bien capaz de llevar sus ideales hasta el paroxismo, combatiendo los monumentales molinos de viento de Occidente. Al final, su trascendencia le otorga la victoria”.

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