domingo, 9 de febrero de 2014

LOS COYOTES, SUS ADVERTENCIAS Y LA HISTORIA DE UN BOLIVIANO QUE ARRIESGó SU VIDA PARA LLEGAR A ESTADOS UNIDOS, TRABAJAR ALLí COMO ILEGAL Y LUEGO VOLVER

“Nos dice que vamos a ir como carga de cacahuate (maní) y que los cacahuates no hablan, tenemos que estar callados”, comienza a recordar Alonso (nombre cambiado) de su viaje como indocumentado a Estados Unidos, con la guía de los denominados coyotes

Corre el año de 2004, Alonso se ve impulsado a salir de Bolivia para encontrar trabajo y poder sacar adelante a sus hijos. Decide arriesgarse

Expresa que “no era fácil contactar a los famosos coyotes”. Lo consigue a través de una congregación cristiana que tenía un congreso en Guatemala. Alonso es parte del grupo de 16 ciudadanos de Bolivia, 12 varones y 4 mujeres, que logra la visa hasta ese país y participan del congreso. Y luego “empieza el calvario”

Dejan sus maletas en Guatemala y solo llevan un bolso de mano con lo necesario para cambiarse. Un coyote de nacionalidad mexicana hace todo el movimiento para que lleguen hasta la frontera entre Guatemala y México, donde también es necesaria una visa para ingresar

“Divide un río grande. Ahí dejamos más cosas y prácticamente nos vamos con la ropa que tenemos puesta, un par de medias, ropa interior y una bolsa pequeña”, detalla y recuerda las altas temperaturas

Son como las 8 de la noche. Van en un vehículo sin luces en medio de cañaverales, y al borde del río les esperan otros contactos “bien armados” y les suben a un neumático de tractor para que pasen al otro lado del afluente

“Los que hacen pasar el río están totalmente drogados”, menciona cada que se refiere a los coyotes que realizan una actividad dinámica, sin cansancio y sin tolerancias, pensando solo en “su negocio”

Ya llegan a territorio mexicano y emprenden caminata de media hora por el monte, hasta encontrar una empresa transportadora de carga. Ahí, los bolivianos se unen a salvadoreños, peruanos, costarricenses y suman un grupo de 118 personas, mitad varones y mitad mujeres, y todos entran en un solo container para pasar como carga de maní

“La charla era para que nos lleven con aire acondicionado, pero en ese momento ya nadie puede reclamar, una fila de sacos de maíz han puesto para ir ahí, echados, sentados”, dice sin olvidar el insoportable calor

Están advertidos, no pueden hablar, gritar, ni hacer ningún ruido para que “la Migra” como denominan a los efectivos de Migración no les identifique

Sabrán que llegaron a un retén de control cuando el vehículo frene tres veces. Al ocurrir esto todos mantienen silencio en la oscuridad, hay temor

Alonso cuenta que la Migra habla desde afuera golpeando con un martillo y pidiendo que bajen porque el container va a quedarse en el lugar y solo pasará el camión. Un mes antes 88 personas murieron en un container que fue dejado por el conductor

Nadie habla y “casi ni respiran”. Y el camión pasa y el viaje se prolonga casi por toda la noche

Hace calor, no tienen ni agua, ya les dijeron que deben ir calmados, sin estrés

“Con nuestra transpiración ya caía el sudor del techo”, recuerda Alonso

La desesperación se apodera de algunos. Entre los viajeros hay una mujer embarazada y dos adolescentes, de 13 y 14 años de edad que se desmayan. Un par de salvadoreños, tal vez sabiendo que algo así podía pasar, lleva hachas y rompe el techo para que entre el aire

Son las 3 de la tarde y están en Puebla. Llegan a un motel, “medio muertos” y el alimento que devoran en segundos es un pedazo de pollo y una lata de Coca Cola. Les organizan de tres o de a cuatro para ocupar las piezas

Luego el viaje sigue rumbo a Distrito Federal en México. El encierro se alarga por un día y una noche más. Cambia la temperatura y el frío se torna insoportable como a las 2 de la mañana, el hueco que abrieron para que ingrese el aire lo tapan con toallas

Ya en la ciudad salen como a las 4 de la mañana, y en grupos de tres van en taxis. Todo es organizado por los coyotes, que para no despertar dudas en las autoridades toman rumbo sur, hacia Texcoco, y no al norte. Vuelven a reunirse los 118

De ahí viajan a Monterrey en camarotes de camiones y ya no bajo carga

“Hasta ahí hay un buen trabajo. Dicen que otras personas pasan dos, tres meses llorando”, sostiene aunque pagaron 20 dólares por “tortas” de jamón

Llegan a Monterrey luego de dos días, a una casa

Todo estaba bien hasta que se enteran que capturan a dos coyotes. Deben huir del lugar, van con otros coyotes en carros hasta otra zona, fuera de la ciudad de Monterrey

Desde una parada de autobús y emprenden camino a Tamaulipas.
A solo 15 minutos de EEUU
El río Bravo es la zona más peligrosa, le denominan “el río de la muerte”

Luego de estar un tiempo en una ciudad, donde la Policía no ingresaba, Alonso va en el grupo que sabe nadar y tres días antes parten por tierra los que no nadan

El agua aumentó, tienen que ir en lancha y ayudan a remar con las manos

Según la versión del boliviano, pagan 5 mil dólares a la Policía Federal de México por una cobertura de 15 minutos para que puedan pasar “al otro lado”

La Migra les ve pero están del lado mexicano. Disparan al aire, ladran los perros, hay movimiento, pero luego se van

Dentro los 15 minutos cruzan el río. Les esperan los coyotes mexicanos, que son residentes legales en Estados Unidos y tienen carros

“Llegamos a tierra estadounidense, a Texas”, expresa. Pero resta la caminata de tres días y una noche por el desierto

Cuatro litros de agua, una manzana, atún y medio kilo de tortillas son el alimento para caminar varios días y poder llegar a Houston.
En el desierto hay muertos y las plantas de los pies sangran
“Si quieres agarras tu camino, si quieres regresa”, sentencia el coyote

“¿Qué vamos a hacer? Ya estamos en tierra americana, a aceptar la caminata”, dice Alonso y sigue, junto a 35 personas más, en fila india

Son la 9 de la noche, hace calor. Pasan alambrados, se arañan la piel y sangran

“En un año se me han perdido luego las cicatrices”, narra

Como a la una de la mañana Alonso ya no tiene agua y va pidiéndola a sus compañeros

Caminan hasta la 5 de la mañana y luego duermen hasta las 9 en grupos de tres en los arbustos

“El primer día empieza a desmayarse la gente, ya no hay comida” y el coyote advierte la situación y afirma que quien no quiera seguir se quede en las brechas por donde cada dos horas pasa la Migra, o que se acerque a los botellones de agua para que sean vistos por las cámaras instaladas ahí para que los efectivos de Migración vayan y los deporten “vivos”

Se oye una avioneta, todos corren a esconderse. Además de rasguños, se suman espinos y garrapatas de la paja brava

“En el trayecto vemos como 50, 60 muertos, algunos huesos, otros con ropa, en descomposición”, describe

El grupo quiere ir a paso más lento y con más descanso, pero va contra el tiempo. Avanzar de noche tampoco es posible porque los coyotes, los animales, son peligrosos

En la mañana siguiente, los migrantes llegan a un estanque de agua de ganado y beben lo que pueden. El ganado salvaje les ataca y además sufren picaduras de “abejas asesinas”. Adoloridos, heridos y con los zapatos desgastados continúan

Como a las 6 de la tarde ven una luz al fondo, es la ciudad de Houston, el objetivo. Caminan hasta las 2 de la mañana hasta llegar a una carretera

De ahí van recostados en camionetas, no pueden ni moverse y hasta ahí “a muchos ya se les ha pelado la piel de los talones y sangran”. Pese a la precaución Migración les identifica y sigue, pero huyen sin luz por caminos entre fincas

Y llegan a una casa familiar, eligen ropa a medio uso para cambiarse, comen, aunque siempre pollo y Coca Cola. Y ahí pagan el último monto de dinero

“Me arriesgué y gracias a Dios llegué”, sonríe Alonso.
El intento de ciudadanía y la decisión de volver
Desde Houston el camino ya no es difícil. No hay control y el grupo se disgrega. Cada uno va a su destino, Alonso rumbo a Nueva York, por tierra

Ahí le espera un conocido para ayudarle a conseguir trabajo. Pasa un día haciendo algunas compras y luego está ya en una obra

Trabaja en construcción durante casi nueve años, “haciendo lo que los estadounidenses no harían” por un sueldo menor

Su plan era estar tres años allá, en un año pagar la hipoteca de su casa y en dos ahorrar para tener un capital y mejorar la situación de su familia

Pero, no consideró que aunque ganara 3 mil dólares al mes no le alcanzaría. Gastaba como 500 dólares solo en renta, una semana de trabajo, y en invierno no había trabajo durante casi tres meses, por la nieve, y en ese tiempo para vivir necesitaba unos 5 mil dólares. “Aquellas veces 5 mil dólares era mucho”, acota

No pudo regresar en el tiempo previsto. La “superinflación” en períodos de la guerra con Irak repercutió en la falta de trabajo o en los retrasos en los pagos para los obreros

“No había tomado en cuenta muchas cosas. Creí que era un paraíso como en Bolivia, trabajar, ganar y poder volver”, afirma

Por otro lado, las voces de la reforma migratoria con el Gobierno del demócrata Barack Obama alentaron a Alonso para quedarse y tener la posibilidad de legalizar su situación y dejar de ser indocumentado. Pero aquello no ocurrió

Luego mejoró la situación en Norteamérica y continuó trabajando

“Ellos saben que estamos indocumentados, hay como 15 millones de indocumentados trabajando”, afirma y expresa que una vez estando allá el problema de deportación se da cuando hay conflictos con los migrantes, por peleas u otras actitudes, pero en otros casos no

Cuenta que el 90 por ciento de migrantes en Nueva York trabaja en el área de construcción por menor paga que la gente que tiene papeles

Pese a ser indocumentado, Alonso fue sometido a una cirugía. Un médico colombiano le asesoró y le explicó que no podían dejarle sin atención. Luego de la cirugía y tras varias visitas de trabajadores sociales y traductores quedó exento del pago de 63 mil dólares y hasta ahora no conoce con certeza porqué dejaron de cobrarle

No consiguió el objetivo de sacar el documento estadounidense, Vio cómo la gente que tenía visa lo lograba casándose con ciudadanos norteamericanos pagando entre 12 mil y 15 mil dólares. Pero, él no lo hizo. Y decidió volver hace pocas semanas.
FAMILIA Lo que más le costó a Alonso fue alejarse de su familia, aunque antes ya había salido del país, pero cada año retornaba. Esta vez no pudo ver crecer a su hijo menor, ni acompañarle en el aprendizaje en el kinder o en el primer curso de escuela

“Ahora mis hijos están crecidos. Las mayores ya son profesionales”, dice con orgullo pero también con nostalgia

Considera que ha conseguido su objetivo, aunque no en su totalidad, pero que no podría pedir más

Retornar al país del norte no está descartado. “Pero ya no indocumentado”, asegura con miras a volver legal y haciendo negocios

Ya en Bolivia, su objetivo es emprender un negocio, recuperar el tiempo que no estuvo con su esposa e hijos y dedicarle todo su esfuerzo, sobre todo, al menor hasta que concluya sus estudios

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