domingo, 4 de enero de 2015

José Bayro, el boliviano que revoluciona el arte en México

"Es una vergüenza que se roben el patrimonio. En México pasa lo mismo, los políticos se llevan las obras para sus casas”, reniega el polifacético pintor boliviano José Miguel Bayro Corrochano, tras enterarse que en Bolivia tan sólo se conserva una fotocopia del autorretrato que plasmó el famoso muralista Diego Rivera en su única visita al país, en 1953.
La historia de la llegada fugaz de Rivera a Bolivia es narrada por su hermano Mauricio, quien comparte con José Miguel los resultados de su tesis sobre el muralismo mexicano y boliviano. "Conseguimos el boceto de un autorretrato hecho por Diego, pero una fotocopia. Seguro algún político se ha llevado (el dibujo) original”, asegura Mauricio.
José Miguel escucha atento a su hermano y le dice sorprendido: "Es importante mencionar la influencia de los muralistas mexicanos en los bolivianos”.
Sin duda, para Bayro hablar de Bolivia y México siempre es importante. Hace más de 30 años divide su vida, tiempo y pasión entre ambos países. Vive en Puebla, México. Ahí abrió su estudio, una galería y un espacio, donde se ha convertido en el maestro de cientos de jóvenes y apasionados del arte. Desde esa "trinchera” explora técnicas en pro de revolucionar el arte.
Nacido en Cochabamba, hace más de 50 años, Bayro Corrochano es arquitecto de profesión, sin embargo, apostó por seguir su vocación artística. Estudió en la Universidad de México, hizo la maestría de Artes en la Académica de San Carlos, México, y estudió escultura, litografía, grabado, serigrafía y cerámica con los maestros Adelaida Noriega, Raúl Soruco, Carolina Muciño, Jean Hendrix y Nunik Sauret.
El artista llegó al país hace más de tres semanas y abrió la muestra Volveré transitando, en Cochabamba. "Hace mucho tiempo que no exponía en Bolivia, la última vez fue en Patiño. Decidí ponerle ese nombre a la muestra porque siempre vengo al país a ver a mi familia y mis amigos. Pues transitando por Bolivia tenía que volver a exponer. Además, mucha gente me lo ha pedido y creo que es bueno que la gente vea mi evolución”, dice.
Para Bayro Corrochano regresar a Bolivia siempre es una experiencia única. "Soy nacionalizado mexicano, pero soy boliviano de todos modos. Siempre extraño la vida familiar y por eso visito una vez al año el país”, dice.
Luego, sonríe y agrega: "Me quedé (en México) por los azares del destino y porque tuve una gran posibilidad de desarrollarme como artista. Este país me ha brindado muchas oportunidades, como conocer a grandes compañeros y maestros. Además me dio la oportunidad de tener el tiempo y el espacio para hacer arte. Entre quedarme un año ya pasaron más de 30 años”.
A pesar de su amor y gratitud por México, José Miguel siempre lleva en el corazón a Bolivia. Por eso, cuando fue a visitar al fallecido escritor mexicano Carlos Monsiváis le llevó de regalo un libro de antología de la poesía boliviana de Eduardo Mitre, mates de coca y sus grabados.
"Conocí a Monsiváis en México. Tuve una charla increíble con él y lo invité a escribir el prólogo de mi libro. Él aceptó y me dijo que le gustaba mi obra. Para hablar con él, leí todo lo que estaba haciendo en esa temporada, sin embargo, hablamos de todo por más de dos horas. Nos reímos de los políticos”, cuenta.
Monsiváis tardó un año en escribir el prólogo del libro. Durante ese tiempo, José Miguel esperaba ansioso la llegada del texto. "Valió la pena esperar. El libro tiene uno de los últimos textos escritos por Monsiváis antes de morir. Lo elegí porque pienso que mi pintura tiene que ver mucho con él, era un poeta urbano y escribía mucho sobre lo que pasa en las periferias de la ciudad”, dijo.
El libro Distorsión de los valores en fuga -que compendia la obra del artista- fue presentado junto a una exposición en la Bolsa Mexicana de Valores (BMV), en marzo de 2011. En su prólogo, el autor mexicano describió a la obra de Bayro Corrochano como "la distorsión de los valores en fuga”.
Una artista multifacético
Bayro ha creado pinturas y esculturas en distintas técnicas y materiales, desde óleos en lino hasta piezas de ónix y alabastro y esculturas en bronce, cerámica y talavera. Además, ha incursionado en el arte objeto. "Trabajo en muchas técnicas, en muchas áreas, pero la que más me importa y la que le voy a dedicar mi tiempo es el óleo. También me gustan los bronces de pequeño formato y de gran formato”, asegura.
El artista cuenta que una de las novedades que descubrió este año fue las creaciones del arte objeto. "Es el arte para portar en una cartera, en las corbatas y también en la joyería. Pienso que esto es el arte para portar y para salir a la calle. De alguna manera, la gente se pueda apropiar del arte y lo pueda hacer su vestimenta”, explica.
Sin embargo, Bayro se puso un límite en el arte. Al ser consultado sobre la posibilidad de incursionar en el arte digital, el creador respondió sin dudar: "Precisamente, creo que ahí es el límite. Me preguntaron por qué no lo hago, por ejemplo, tengo sobrinos dibujan y animan sus figuras. Sin embargo, creo que ahí llegue y lo digital es ya de otra generación”.
Con el paso de los años, el cochabambino descubrió otra pasión: la enseñanza. Por eso, abrió su escuela de arte en Puebla. "He decidido abrir un espacio a mucha gente frustrada que una vez deseaba ser artista, pero se casó o se dedicó a otro oficio. El estudio está abierto para ellos y cuando ingresan yo les digo: ‘No te voy a enseñar cómo pintar, sino haremos lo tú quieras. Yo te voy a ayudar a mejorarlo’”.
Entonces, según el artista, cada uno de sus alumnos hace algo diferente. "Les he prohibido hacer Bayritos, no quiero que sean clones de mí. Cada quien tiene su paleta personal y su estilo”, dice.
Entre sus estudiantes hay amas de casa, empresarios, constructores y otros. "Les ayudo a organizar sus exposiciones individuales, a que enfrenten a la prensa y a que den entrevistas. Para ellos es una experiencia curiosa porque cumple su sueño de ser artistas”, dice, quien en cada alumno busca contagiar su ideal: ser un obrero del arte”.



"Bayro: Lo gótico en el juego de las esdrújulas”, de Carlos Monsiváis
Como los pintores que siguen confiando en lo figurativo en el tiempo de la abstracción que permanece y de las instalaciones que llevan las escenografías a las artes plásticas, José Bayro C. se aparta de las representaciones clásicas para incursionar en lo que podría llamarse "la distorsión de los valores en fuga”. Antes de explicarme, que bien lo necesito, debo intentar una tarea definitoria. A Bayro, poseedor de una cultura plástica muy firme, las modas no le han interesado, no es hiperrealista, ni neofigurativo, ni abstracto con jerarquía de los colores. Es, con ejercicio del gusto, alguien que le atribuye a la representación el carácter de un recorrido por la vida social, el universo sexual, la vida de las parejas, los alcances de la ansiedad de los solitarios. Él se enfrenta a las telas no para alcanzar esa reducción al absurdo de las páginas de sociales que es la ambición del éxito, sino para acercar a los espectadores/ lectores a la revisión de su mirada.
Bayro ha recorrido en su aprendizaje la pintura internacional, ha estudiado probablemente a Dubuffet, a Graham Sutherland, al colombiano Alejandro Obregón, a los grandes portadistas de los discos de rock, y de ellos y de muchos otros ha extraído la lección perdurable: no hay influencias, sólo afinidades y correspondencias. Así por ejemplo, algo en principio no identificable con Bayro, el "neogótico” de fines del siglo XX y del siglo XXI, algo tiene que ver, no tanto con las distorsiones de la figura, hoy un derecho irrebatible en las artes plásticas, sino con la obsesión primordial: no hay tal cosa como la transparencia de los personajes, los artistas, si lo son genuinamente, distribuyen el misterio o los secretos en cada una de sus atmósferas, en cada uno de los personajes. Esto, en el "neogótico” tenía que ver con las sensaciones y las intuiciones de la "muerte de Dios”, que equivalía a reconocer en las oscuridades que cada figura contiene.
En el siglo XXI la empresa de no "revelarle” todo a quien contempla los cuadros, sino de exigirle que se sume al pintor en su esfuerzo contra las obviedades, fructifica sin necesidad de inscribir las obras en corrientes pictóricas específicas. Ya no se necesitan torreones que escondan a prisioneras anhelantes, ni monjes sombríos en pasillos de rectitud laberíntica, ni castillos que sean premoniciones del infierno, ni al conde Drácula, que hace de la sangre consumida la metáfora por excelencia del apagamiento de la sed. Lo "neogótico” ahora, también puede ser la impresión de quienes contemplan los óleos: estos personajes emblematizan algo que debo descifrar pero no con palabras policiales sino con la mezcla de intuiciones y cultura plástica, con la decisión de darle a la estética el papel inevitable: la disciplina personal y académica que se opone a la fijación verbal de un cuadro, un dibujo, un grabado, una escultura. Estamos hechos de lo que miramos y, también, en gran medida, de lo que seguimos mirando, no la repetición sino la recreación del punto de vista.
José Bayro C. pinta una realidad y una irrealidad simultáneas, es un artista con motivaciones evidentes, y es también un pintor que, como es debido, a sí mismo se oculta una parte de lo que va escudriñando, pintando y leyendo en cada uno de sus cuadros. Hay aquí, con argumentos y con apreciaciones brumosas, situaciones que antes llamaban "equívocas”, hay solitarios que contemplan el infinito para ver hasta dónde llega, hay habitaciones que pertenecen a un reinado o a una vecindad, hay humor, un humor efectivamente malicioso, que persigue a sus personajes hasta que depositan el enigma en una carta dirigida a la Justicia y al Porvenir, dos formas de lo desconocido. Bayro pinta, captura seres que le deben su existencia al secreto, le da oportunidad a los que observan su trabajo de creer en la recreación. Es un artista, integrado por el trabajo incesante, las visiones revisadas de sus creencias, el cotejo de la pintura mundial, el afán de no darle oportunidades al autoengaño. Bayro es un pintor de nuestro tiempo y la resonancia de la frase tiene que ver con la perdurabilidad de sus imágenes. (Prólogo del libro Bayro).

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