martes, 26 de abril de 2016

Soldados Urbanos: Bolivianos rapean sus desventuras en argentina



Iván Acuña recuerda los gases lacrimógenos, las piedras, la sangre salpicada por las calles de su barrio Munaypata, como rastros de los conflictos en el último gobierno de Goni. Es septiembre de 2003 y el muchacho tiene 12, muchos de ellos de pobreza y discriminación que lo sumergían en un mundo de escasas expectativas. Entonces, sin imaginar lo que ocurriría meses después con la huida del entonces presidente neoliberal boliviano, la familia del muchacho decide migrar por un mejor porvenir. Y Buenos Aires, Argentina, fue la parada elegida para empezar de nuevo. De esta manera, Iván dio el salto de la escuela paceña Bernal Mariaca a uno de los recintos porteños de ESBA. Pero las cosas no iban a cambiar demasiado. La discriminación no cesaba, peor aún en un país completamente extraño.

Gary Sánchez también recuerda los conflictos de aquel gobierno aunque los miraba por televisión. Vivía en otra de las laderas paceñas, Pampahasi, y estudiaba en la Unidad Educativa 24 de Junio de esa misma zona. No eran tiempos buenos para él y los suyos; con un padre desempleado, tuvo que empezar a ganarse la vida desde muy joven. Sin embargo, nunca era suficiente. Por ello también decidió migrar a la capital argentina, donde hizo de todo para sobrevivir. Apenas tenía 16 años y en su currículum laboral ya figuraba media docena de ocupaciones.

“La gente en Argentina es más blanca y a los morenitos nos ven con otros ojos, hay discriminación”, cuenta Iván. “Uno trabaja y vive en la marginalidad, en las villas, con poca plata y entre delincuentes”, narra Gary. De orígenes apartados aunque comunes, las vidas de estos muchachos iban a cruzarse en aquella megaciudad de más de 10 millones de habitantes, donde habitan dos millones de bolivianos, según la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia (APDHB). En su búsqueda por encontrar un círculo donde ser admitidos, Iván y Gary coincidieron en un concierto entre connacionales donde se cultivaba la cultura del hip hop, aquel movimiento artístico y cultural compuesto por un amplio conglomerado de formas artísticas, originadas dentro de una subcultura marginal en el Sur del Bronx y Harlem, Nueva York, entre jóvenes latinos y afroamericanos en los años 70.

Se hicieron “cuates” e intercalaban sus horas de labor en el supermercado y la construcción para dedicarse a eso que habían empezado a abrazar. Era como un caño de escape a la desidia de vivir en un contexto donde se hallaban insatisfechos. “Yo había escuchado algo de hip hop por mis hermanos mayores; luego comprendí que era una forma de vida. Lo que más me llamó la atención fueron las letras”, confiesa Iván, y Gary corresponde: “Sin duda que el rapeo es la mejor forma para denunciar, en otros géneros la letra limita mucho, en cambio con el rap uno debe improvisar pero también encontrar rima y poesía en la canción”.

De esa manera, los muchachos empezaron a armarse de algunas anécdotas para encarar el proceso de composición. Tenían varios temas en común, como el de la migración, la pobreza, la violencia y también la discriminación. Eran aristas que los habían tocado hasta la médula. “Había mucho por contar, algunos pueden parecer inventos pero son cosas que nos han pasado”, dice Iván. Aseguran que los mayores conflictos en los barrios populares de Buenos Aires donde les tocó vivir, tenían relación con su perfil de bolivianos, “por hablar distinto y llevar un color diferente”, explica Gary.

“Aunque se puede decir que las cosas ahora están cambiando”, señala Iván. Sus grupos de culto empezaron a ser Cypress Hill y el gran abanico de agrupaciones y solistas del género en idioma español, como los locales Marraketa Blindada, Esencia Urbana y Ukamau y ké, y los argentinos del Sindicato Argentino del Hip Hop.

“Entonces me compré un pequeño estudio de grabación en el que empezamos a grabar nuestros temas”. El nombre elegido por los muchachos fue el de Soldados Urbanos, porque eso es lo que son, un grupo de subversivos que denuncia las injusticias sociales a plan de parafreso. Y el disco debut tituló Puño y Letra, con el que empezaron a sonar en ciertas radios clandestinas de la colectividad boliviana, que de paso les abrió la posibilidad de actuar sobre el escenario. “Algunas de las letras hablan por ejemplo de la explotación en los talleres textiles, un tema de constante denuncia en Buenos Aires”.

Los Soldados Urbanos ya grabaron tres discos. También lograron derribar la barrera de la discriminación actuando en encuentros de raperos argentinos, donde todo es hermandad. Vuelven a Bolivia a visitar a sus familiares. Pero retornan a la capital argentina para seguir rapeando.

Violencia y marginalidad

El hip hop se caracteriza por cuatro elementos que representan las diferentes manifestaciones de su cultura: Rap (recitar o cantar), Turntablism o “DJing” (auditiva o musical), Breaking (baile) y Graffiti (visual). A pesar de sus variados y contrastados métodos de ejecución, se asocian fácilmente con la pobreza y la violencia que subyace al contexto histórico que dio nacimiento a esta subcultura. Para este grupo de jóvenes, el género ofrece una salida reaccionaria a las desigualdades y penurias que se vivían en las áreas urbanas de escasos recursos de Nueva York, así que el hip hop funcionó inicialmente como una forma de autoexpresión que propondría reflexionar, proclamar una alternativa, tratar de desafiar o simplemente evocar el estado de las circunstancias de dicho entorno, favoreciendo su desarrollo artístico. Incluso mientras continúa la historia contemporánea, en el ámbito mundial, hay un florecimiento de diversos estilos en cada uno de los cuatro elementos, adaptándose a los nuevos contextos en los que se ha inmerso el hip hop, sin desligarse de los principios fundamentales que proporcionan estabilidad y coherencia a la cultura. El hip hop es tanto un fenómeno moderno como también antiguo; gran parte de la cultura ha girado en torno a la idea de actualizar las grabaciones clásicas, actitudes y experiencias al público moderno en lo que se denomina “flipping”. Actualmente aún sigue arraigándose a otros géneros norteamericanos como lo son el blues, jazz y rock and roll, inspirándose mayormente en el soul, el funk y, particularmente desde el álbum Criminal Minded (1986) de Boogie Down Productions (foto), con el dancehall. Compite además con el rock y el pop por el primer lugar en cifras de ventas a escala mundial como también la influencia cultural, ya que cada uno de los anteriores cuenta con seguidores en prácticamente cada nación de los cinco continentes, dando lugar a la creación de cientos de estilos y subculturas locales.


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