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lunes, 31 de octubre de 2011

China a la conquista del mundo

Juan Pablo Cardenal y Heriberto Araújo son los autores de La silenciosa conquista china, que se publicará el próximo 27 de octubre en la editorial Crítica. Una parte del reportaje publicado en El País se difunde en esta edición.

El cielo de Jartum (Sudán del Norte) se descompone en infinitas tonalidades de rojo y violeta cuando el vehículo avanza en dirección al Sur, destino a la granja de Fan Hui Fang. Retumban por toda la ciudad los ecos de los muecines llamando a la última oración del día, mientras el Toyota desvencijado de Awad serpentea por la avenida del Nilo, enclavada entre la orilla del río y, del otro lado, los centros de poder de la República Islámica: edificios ministeriales, embajadas, el palacio presidencial y, sobre todo, la sede de la petrolera estatal china Sinopec, considerada por la élite local como "la empresa más poderosa del país".

En el extrarradio de una ciudad atestada con más de cinco millones de habitantes, donde en vez de asfalto y edificios hay sólo caminos de tierra y casas de adobe, Fan aparece sonriente para agasajarnos con hospitalidad china a la entrada de su pequeño imperio. En esta finca de cinco hectáreas produce, cada año, 1.400 toneladas de verduras chinas que vende a las corporaciones asiáticas que emplean a miles de chinos en la construcción de presas sobre el Nilo o en la explotación del petróleo. "La idea surgió mientras trabajaba como peón para Sinopec, el 2003", recuerda. "Estoy orgulloso de que China esté desarrollando Sudán. Si no estuviéramos aquí, los sudaneses no tendrían futuro.

No tenían nada hace ocho años. Ni carreteras, ni coches. China ha sido decisiva", arroja Fan, buscando la complicidad de Gong, uno de los representantes de la petrolera. Éste recoge el guante: "Los sudaneses querían desarrollarse y pidieron ayuda a los occidentales, pero se negaron. Así que fuimos nosotros quienes se la dimos. Ahora los occidentales nos tienen envidia al ver los beneficios que estamos obteniendo", señala. "Efectivamente, los americanos vinieron aquí a tirar bombas", apunta Fan, en referencia al ataque con misiles lanzado en 1998 por Estados Unidos contra un laboratorio sudanés, "mientras nosotros, estamos aquí para construir carreteras y levantar edificios y hospitales. Hemos venido a traer la felicidad a los sudaneses", agrega.

La consultora Consultancy Africa Intelligence lo confirma: antes de la escisión del país en julio de este año, China (1.300 millones de habitantes) era el primer inversor en Sudán y compraba el 71% de las exportaciones del país africano. Es precisamente haciendo uso de esta silenciosa estrategia, diferenciada del estruendo del poder militar, como China está conquistando mercados y accediendo a recursos naturales por todo el mundo en desarrollo. Se trata de una ofensiva que, en Sudán, convirtió al gigante asiático en el actor dominante de sectores como el del petróleo o la construcción, al tiempo que se erige necesariamente en cómplice del dictador Omar al Bashir. El vacío dejado por las desinversiones de las potencias occidentales en la década de los noventa, destinadas a aislar económicamente al brigadista y a su régimen islamista, sirvió para echar en brazos de Pekín a un país rico en recursos.

El empuje del gigante se deja sentir por igual en otros países de África, Asia y América Latina, donde es ya un socio ineludible. No sólo porque abastecer de minerales, soja o madera al país más poblado y con mayor ritmo de crecimiento del planeta supone para muchas naciones un oxígeno vital para su economía, sino también porque la profundidad de sus bolsillos constituye un comodín ganador en medio de la actual crisis global. De esta forma, sin apenas hacer ruido, China se ha convertido en el mayor prestamista del mundo al conceder 110.000 millones de dólares en créditos entre 2009 y 2010, superando al Banco Mundial (según una investigación reciente de Financial Times). Sus empresas públicas, espoleadas con la financiación casi ilimitada de sus bancos y con los "intereses nacionales" como principal leitmotiv, se erigen en punta de lanza de la conquista.

Lo comprobamos a lo largo y ancho de 25 países del mundo en desarrollo a los que viajamos durante los dos últimos años para entender y describir cómo China se está convirtiendo en la potencia hegemónica del siglo XXI. Un periplo de más de 235.000 kilómetros que nos ha llevado a la remota Amazonía ecuatoriana, donde China construye una presa; a los bosques amenazados de Mozambique, o a las aldeas pesqueras del río Mekong para entrevistar a los protagonistas y afectados por la expansión china. Este viaje al corazón del mundo chino nos ha hecho testigos de excepción de una ascensión, la china, que se intuye imparable y poderosa. Y temible. En nuestras retinas perdura aún la imagen de un buzo peruano en las aguas de la playa de San Juan de Marcona con bloques de arena infectada con mineral de hierro en sus manos, a causa de la irresponsabilidad medioambiental de la minera china Shougang. O el torso sudoroso de Celso, un obrero mozambiqueño que fruncía el rostro al explicar las condiciones laborales deplorables que le imponen a él y a sus colegas las constructoras chinas en la excolonia portuguesa. La carga emocional fue siempre muy intensa, no sólo por los más de 500 personajes entrevistados, desde expresidentes hasta contrabandistas, sino también por los peligros a los que nos hemos visto expuestos, cruzando 11 fronteras por tierra, recorriendo carreteras imposibles con cunetas flanqueadas de vehículos siniestrados o sufriendo el hostigamiento de alguna de las peores dictaduras del planeta.

Un esfuerzo necesario para observar y comprender el despliegue de tentáculos que, acelerado por los estragos económicos en EEUU y Europa, está permitiendo a China acaparar activos, garantizar el suministro futuro de materias primas y ganar influencia en lugares tan dispares como Kazajistán, Arabia Saudí o Costa Rica. Las cifras son reveladoras: el centro de estudios The Heritage Foundation estima que China ha invertido o cerrado contratos por más de 260.000 millones de dólares en África, Asia y Latinoamérica desde el 2005 hasta junio del 2011. El gigante está desanudando a golpe de chequera el statu quo heredado de la época colonial y del fin de la guerra fría, con el objetivo de devolver al país el aura que tenía hasta el siglo XIX. Preludio, sin duda, del futuro abordaje a Occidente y, quizá, de su ascensión como potencia global.

La entrada de China en la Organización Mundial del Comercio (OMC), cuyo décimo aniversario se cumple en diciembre, no sólo redujo drásticamente las barreras arancelarias a los productos chinos, sino que fue también el espaldarazo definitivo para apuntalar al gigante como el centro productor mundial. Los datos hablan por sí solos. El comercio de China con el resto del mundo se ha multiplicado por seis: de los 510.000 millones de dólares el 2001, a los 2,97 billones el 2010.

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