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viernes, 21 de octubre de 2011

Guerra. Gadafi gobernó una dictadura durante 42 años. Fue un líder implacable

Muamar al Gadafi, conocido por sus excentricidades y errática política en sus 42 años de omnipresente dictadura, sólo encontró refugio en su ciudad natal de Sirte. Quedan atrás décadas de autoritarismo, corrupción y el mayor delirio político de la historia de Libia.
Todas las especulaciones sobre su paradero, la incógnita desde que el pasado 22 de agosto abandonó precipitadamente el palacio de Bab El Aziziya en Trípoli, han concluido con la muerte del otrora poderoso mandatario, que sólo encontró refugio con la tribu de los Gadadfa, de la qué el mismo era miembro. Sirte, ciudad a la que solía llevar a los mandatarios africanos y a sus huéspedes internacionales para las celebraciones con las que trataba de edificar su imagen de líder panárabe, era el último enclave gadafista al que podía ir.
Todos los suntuosos palacios, alojamientos de lujo y avenidas de la ciudad con las que en su megalomanía pretendía empatar a sus huéspedes han sido testigos y pasto de los feroces combates.
En la estampida de los prohombres del régimen de la capital la última semana de agosto pudo comprobarse como ésta fue inesperada.
Pareciera como si quien durante tantos años dominase a su antojo el poder fuese incapaz de asimilar que podía ser destronado.
Nacido en Sirte en 1942 y criado en una familia dedicada al pastoreo de camellos, logró estudiar para acceder a la Academia Militar. Alcanzó el mando absoluto mediante un golpe de Estado el 1 de septiembre de 1969 cuando derrocó al rey Idriss Senussi.
Su enfrentamiento con Estados Unidos tuvo su episodio bélico con el bombardeo en 1986 de su palacio en Trípoli y la ciudad de Bengasi por orden del entonces presidente, Ronald Reagan, en represalia por un atentado en una discoteca berlinesa frecuentada por militares norteamericanos.
La escalada tuvo su cénit con la aprobación de sanciones en 1992 por el Consejo de Seguridad de la ONU ante su negativa a entregar a dos sospechosos del atentado contra el avión de Pan Am cuando sobrevolaba Lockerbie (Escocia) en 1988 y en el que murieron 270 personas.
Implacable en la represión de cualquier disidencia, logró sobrevivir al embargo al que fue sometido, y a pesar de sus contactos clandestinos desde 1984 con la red de tráfico nuclear del ingeniero paquistaní A.Q. Khan, en 2003, Estados Unidos y Libia iniciaron un acercamiento después del anuncio de la renuncia de Gadafi al desarrollo de armas de destrucción masiva.
Su salida del llamado ‘eje del mal’ culminó en el intercambio con Washington de embajadores en 2008, pero su acercamiento a un Occidente ávido del petróleo, no le evitó que la represión interna desatase finalmente una rebelión popular que acabó con su régimen.

Un dictador excéntrico
Ángeles Espinosa / Analista política
La foto del cadáver ensangrentado de Muamar al Gadafi difícilmente va a borrar la imagen de gobernante excéntrico que el tirano se construyó durante sus 42 años en el poder. Ahora es fácil que los primeros ministros del mundo democrático comparezcan ante las cámaras para congratularse de la desaparición del dictador de los mil disfraces.
Pero hace apenas un par de años, los mismos políticos le recibían con los brazos abiertos esperando conquistar sus petrodólares. Todo hablaban de la jaima, la camella y la guardia personal de 30 vírgenes, que le acompañaban en sus viajes.
Después del fracaso de su revolución verde, Gadafi logró reinventarse de cara a la comunidad internacional en 2003 admitiendo su responsabilidad en el atentado de Lockerbie y renunciando a las armas de destrucción masiva.
El gesto le valió el restablecimiento de relaciones diplomáticas con EEUU y, sobre todo, el regreso de las compañías petroleras norteamericanas y, tras su señuelo, del resto de las empresas del sector ávidas de nuevas fuentes de petróleo y gas. Pero no logró seducir a los libios, que seguían sufriendo sus desmanes. La Primavera Árabe, fue producto de ese cansancio y el comienzo de su fin.

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