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domingo, 23 de febrero de 2014

Luis Martínez Ramírez es un doctor boliviano que en la época de las dictaduras fue exiliado a la República Democrática Alemana

Una noche de 1973, en Santiago de Chile se sintió un fuerte temblor. A pesar de que Luis Martínez Ramírez estaba acostumbrado a este fenómeno telúrico, pues había vivido los dos últimos años en esa capital, se sintió desamparado, al ser uno de los miles de prisioneros concentrados en el Estadio Nacional de Chile por el régimen de Augusto Pinochet.
Desde 1971, Martínez vivía en la capital chilena, donde continuaba sus estudios de medicina que había iniciado en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) de La Paz.
En Bolivia, Martínez era un activo militante de izquierda, pues era miembro de la Juventud Comunista, y en 1967 había protagonizado medidas de protesta a favor de la liberación del director de su colegio, el profesor René Higueras del Barco, quien también estaba recluido aquella noche en el gran complejo deportivo de Santiago. Había decenas de bolivianos detenidos, recuerda el médico.
Cuando comenzó el temblor, Martínez se levantó sobresaltado para protegerse y de pronto escuchó: "Luis, quédese echado”. Era el antiguo director de su colegio, Higueras del Barco, quien -según Martínez- le salvó la vida, pues los soldados preparaban sus armas para disparar.
Después del golpe de Hugo Banzer Suárez, la madre de Martínez le recomendó que abandonase el país. Así se fue solo a Argentina, de donde pasó a Chile. En los días previos al golpe de Pinochet se vivía una situación tensa, "muy ardiente y muy peligrosa”, recuerda. "El golpe era seguro, era una cuestión de horas”.
Inmediatamente después de la toma del poder por parte de Pinochet, comenzó una persecución contra los opositores del régimen y una unidad del Ejército chileno irrumpió en el internado donde Martínez residía.
"Casi me asesinó un oficial”, recuerda Martínez, quien considera que se salvó por una carta que portaba de su madre, la cual fue leída por sus captores.
Escudo viviente
"Yo estaba de escudo viviente”, recuerda Martínez, quien explica que en los vehículos de patrullaje, los militares se acomodaban en medio de los prisioneros, que en caso de un ataque morirían primero.
Al amanecer, después del golpe, los militares ingresaron a Martínez en el Estadio Nacional de Chile, donde permaneció dos meses. En ese complejo deportivo se cometieron todos los abusos imaginables, afirma el médico boliviano.
A veces les daban una sopa que parecía preparada "con la ropa de un muerto”, recuerda. Asimismo, prendían las luces súbitamente y los militares les increpaban diciendo: "Todos afuera”.
En esos momentos ingresaba "un tipo encapuchado medio muerto”, que miraba a los que estaban adentro. "No sé si era una farsa o realidad, pero sacaban a uno y otro”. Unos volvían y otros no.
Martínez recuerda a un prisionero brasileño que tenía una infección estomacal y que murió en el estadio, también a un boliviano que por el hambre "empezó a alucinar”. A este último lo sacaron y fue exiliado a Suecia.
Al igual que los demás, Martínez estaba internado como "prisionero de guerra”.
Solidaridad
El médico boliviano salió de Chile gracias a la solidaridad internacional. Del Estadio Nacional fue trasladado a un convento que fue habilitado como refugio de Naciones Unidas, donde alimentaron a los prisioneros que parecían "esqueletos humanos” hasta que alcanzaron un peso razonable.
Posteriormente, los funcionarios de Naciones Unidas y de las embajadas de los países que aceptaban a los exiliados los sacaron de Chile. Martínez deseaba irse a la RDA o Cuba, porque eran países socialistas y tenía la esperanza de continuar sus estudios en cualquiera de ellos. El primer destino que le ofrecieron fue la RDA.
Así, Martínez y otros prisioneros fueron conducidos al aeropuerto de Santiago de Chile, acompañados por un alto comisionado de Naciones Unidas y por miembros del Ejército chileno. "Allí había una mesa” y a 200 metros les esperaba un avión.
Antes de subir a la nave, un oficial chileno presentó a los prisioneros un papel que según Martínez, más o menos, decía: "Agradezco al Gobierno chileno que me permite salir libre de este país a pesar de haber roto las leyes chilenas. (…) Yo fui tratado correctamente, con toda cortesía”.
"Yo tenía que firmar”, recuerda Martínez, a pesar de que se trataba de "una farsa completa”.
Tras ello los prisioneros subieron al avión que les condujo hasta Ámsterdam, Holanda, donde se embarcaron en otra nave que les llevó a la RDA. "Los que fuimos en ese avión éramos sólo bolivianos”, dice Martínez.
Ya en la RDA llevaron a los exprisioneros a un hospital y posteriormente a un hotel, donde les tomaron declaraciones. Martínez afirmó que quería seguir estudiando medicina, lo cual fue aceptado por las autoridades. Sin embargo, antes pusieron a prueba su vocación al darle un trabajo como enfermero auxiliar. Martínez recuerda que aquellos primeros meses aprendía alemán en una escuela nocturna de Zwickau, Sajonia.

En septiembre de 1975, Martínez ingresó a la universidad Carlos Marx de Leipzig, en la que continuó sus estudios de medicina hasta 1981. Posteriormente, hasta 1986 se especializó como cirujano general y a mediados de ese año obtuvo el título de doctor en ciencias médicas. Entre 1986 y 1989, Martínez ejerció su profesión en la Clínica de Cirugía General de la misma universidad.
En 1989, el Muro de Berlín cayó y la RDA y la RFA se reunificaron; además el socialismo en los países del Pacto de Varsovia (1955) acabó. En ese contexto, Martínez volvió a Bolivia con la intención de quedarse.
Martínez permaneció en el país los meses de marzo y abril de 1990. Uno de aquellos días, se dirigió a un gran hospital de la ciudad de La Paz, donde el director le dijo: "¿Qué quiere aquí? Vaya a ganar plata a Alemania”.
En la RDA los médicos no tenían un afán de lucro, dice Martínez, por lo que quedó desconcertado ante aquella expresión y decidió retornar al país germano. "Me quitaron las ganas de volver”, afirma.
Así Martínez partió una vez más, pero esta vez rumbo a una Alemania recién unificada.
El médico boliviano afirma que un factor que contribuyó a la reunificación de Alemania, aparte del descontento general que se tenía en la RDA por la presencia soviética, fue ganar el Mundial de fútbol de Italia 90. "El Mundial del 90 elevó el sentimiento nacional alemán”, afirma Martínez, quien recuerda que veía los partidos en compañía de su primera esposa y sus vecinos.
"Se observaba en las calles que la gente joven festejaba”. "Era una fiesta, tiraban cosas al cielo, los autos tocaban bocina”. "Eso contagia”, admite Martínez, quien apoyaba a la selección alemana. "A pesar de que los argentinos son nuestros vecinos, estaba más por los alemanes”, dice.
Nostalgia
Martínez afirma que se sentía satisfecho en la sociedad socialista de la RDA, pues la vida era tranquila y había solidaridad. "Era una sociedad más humana”, pues "ahora se quejan de que son egoístas unos y otros”, dice. Lo que más le gustaba de ese país, afirma, era su solidaridad con el Tercer Mundo.
También le llamaba la atención el hecho de que el pueblo alemán es muy organizado y mantiene una alta disciplina. "Son un pueblo muy capaz, muy organizado”, dice.
Las dos partes se reunificaron bajo la bandera de la República Federal y se destruyeron todas las estructuras de la Alemania Democrática.
"Se transformaron y la sociedad socialista dejó de existir completamente, en todo sentido”, dice Martínez, pues "la educación, el servicio social, el servicio de salud” ya no fueron los mismos. Ahora es una sociedad capitalista, añade.
Tras volver a la República Federal de Alemania en 1990, Martínez presentó una solicitud de crédito para armar su propio consultorio, lo cual le significó una deuda de muchos años.
Años después, en 1997, Martínez fundó una clínica de cirugía. Era una clínica "para un día”. "Se operaba y el paciente se quedaba una noche”, dependiendo de los casos. La clínica estaba ubicada en Merseburg, a las orillas del río Saale, y contaba con todo el equipo esencial.
Martínez dice que sus pacientes alemanes le apreciaban mucho y en la ciudad de Merseburg todavía mantiene una amistad con quienes conoció en al menos 15 años de trabajo.
"En mi persona se mezclaba lo latino con lo alemán; los alemanes son muy parcos y muy cuidadosos con sus relaciones personales y el latino es más amigable”, afirma.
Las deudas que Martínez contrajo para organizar su centro recién las acabó de pagar poco antes de su jubilación, cuando vendió su consultorio al hospital de Merseburg. Con parte del dinero de la venta, Martínez liquidó sus deudas y el resto lo utilizó para visitar Bolivia por seis semanas.
Ahora el médico boliviano, nacionalizado alemán, prepara su retorno a Bolivia, que se dará a fines de la presente gestión o principios del año próximo.
"Nunca he olvidado mi país; a pesar de esa cruel deportación a la que me sometió el fascismo, nunca he perdido mi sentir boliviano”, asegura.

Del Estadio Nacional fue trasladado a un convento que fue habilitado como refugio de Naciones Unidas, donde alimentaron a los prisioneros que parecían "esqueletos humanos” .

Antiguo paciente
Un deseo que tiene el doctor Luis Martínez Ramírez es encontrarse con un paciente que atendió una medianoche en Leipzig, alrededor de 1984 o 1985.
Era un estudiante boliviano que llegó con una apendicitis aguda al que "casi le salvé la vida”, dice. Martínez está confiado en encontrarlo. "Si él se acuerda, me va a reconocer”.
"Yo quisiera saber cómo le va al estudiante que operé del apéndice en una noche en Leipzig”, afirma.

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